viernes, 16 de septiembre de 2011

La lucha contra nuestra propia esencia: Arthur Schopenhauer en el arte contemporáneo


A menudo los seres humanos nos preguntamos porqué nos toca padecer de tantos sufrimientos. Nos sentimos solos en el mundo y victimas de los peores males; así buscamos explicaciones a ello creyendo que la vida se las ha ensañado con nosotros, que fuimos victimas de trabajos supersticiosos, e incluso vivimos con la fe en que mañana al despertar Dios nos cambiará todos esos males por dichas interminables. Siempre, en todos estos casos, encontramos la causa de todos nuestros males y sufrimientos fuera de nosotros mismos, en hechos circunstanciales y externos.

Y así, en una búsqueda continua por escapar o curarnos de los dolores que nos persiguen infatigablemente, pasamos la vida preguntándonos porqué nos cuesta tanto encontrar la tranquilidad, la felicidad plena, y nada para padecer el sufrimiento. Cometemos errores a diario, decimos o nos dicen cosas que duelen, realizamos acciones de las que nos arrepentimos, nos peleamos con seres queridos, sufrimos la muerte de un familiar… Todos esos casos en mayor o en menor medida, nos llevan a sufrir; hacen la vida pesada, una verdadera carga, los días -que tan rápido parece transcurren cuando estamos “felices”- pasan lento, y en general esto nos provoca tristeza, vacío, desilusión, haciendo que cada segundo que vivimos calculemos cómo escapar de esas situaciones malas o incómodas, que busquemos continuamente la “tranquilidad” -que antes teníamos y quizás no valorábamos – e incluso que muchas veces quieramos “olvidar” un pasado cercano o remoto para así borrar el dolor. .

El lugar del dolor desde el arte.

Exactamente eso que hablamos: el deseo de borrar el dolor, de aprender a vivir con situaciones que nos han lastimado, de luchar contra el sufrimiento… es lo que claramente representa la obra de Arte Contemporáneo “Retro 0” –que muestro en la fotografía- de Federico Arnaud expuesta en una de las tantas celdas de la ex cárcel Miguelete de Montevideo. Aquí el dolor, el sufrimiento, la lucha contra éste, la destrucción y la reconstrucción muestran claramente lo que vivimos los hombres a diario y lo que ya ha expresado el filósofo alemán de mediados del siglo XIX Arthur Schopenhauer en su obra “El mundo como voluntad y representación”. El ser humano vive en una lucha constante por su sobrevivencia, desde que nos alimentamos a la satisfacción de nuestros deseos más internos. La voluntad del hombre, el querer satisfacer sus necesidades y deseos, siempre parten de una carencia, de una falta que desaparecerá sólo al ser satisfecha; de ahí que al sentir hambre se alimente, al sentir frio se abrigue, y lo mismo en el sentido del dolor, que nace por una necesidad o un vacío que provoca sufrimiento. Así el sujeto vivirá en una constante lucha por alejar el dolor y escapar del sufrimiento; y a falta de la felicidad y de sentirnos plenos, haremos todo lo que este en nuestras manos –consciente o inconscientemente- para terminar con aquello que nos hace daño, en el caso de la obra de Arnaud, los recuerdos.

La muerte de un ser querido (en este caso del padre que fallece al tener cinco años el autor de la obra) el recuerdo de ese hecho, el deseo de olvidar o mejor dicho de aprender a vivir con un recuerdo doloroso, el sufrimiento que causa el no haber sido aclarados los motivos de su muerte–como el mismo Arnaud nos dice- , hace creer al hombre que en otras circunstancias los hechos podrían haber sido diferentes. La incógnita, el deseo, el vacío que causa ese hecho no aclarado, lleva al sufrimiento y a la no aceptación de dicha perdida; es por ello que dicho artista lo simboliza muy bien a través de una foto del rostro del padre a gran escala situada verticalmente delante de una pared y canaliza ese mismo dolor a través de la destrucción que realiza él mismo de ésta.

La destrucción es dolorosa, pues es una lucha interna y externa, se nota en lo profunda que es la respiración del artista/protagonista, en el esfuerzo que realiza en cada golpe, en cada martillazo, y en la manera en que esa imagen se destruye, donde primero se derrumba la parte por fuera de la cabeza y por último el rostro.

Lo interesante -y quizás impactante- es que además de que en ésta especie de cortometraje el protagonista es el mismo creador de la obra, dejando en claro que hay una autorrepresentación de su historia y dolor, también esta exposición nos muestra dos puntos de vista, puesto que la escena consta de dos pantallas enfrentadas de lado a lado en las paredes de la celda. En una de estas pantallas se muestra al protagonista de espaldas realizando la destrucción de la imagen del padre vista de frente, y en la otra, la misma situación pero vista de atrás.

Ahora bien ¿cómo interpretar éstas dos imágenes? Más allá de si hay que mirar primero una de las imágenes o alternar para ver las dos al mismo tiempo; la imagen vista desde frente -que como bien expone Arnaud, es más bien una destrucción a nivel estético, como recurso puramente artístico- puede simbolizar la destrucción del dolor que trae el recuerdo de la muerte no aclarada del padre representada en la fotografía de éste. Es interesante y llama mucho la atención del espectador cómo a medida que caen los trozos de la imagen del padre al suelo, se revela esa misma imagen detrás como si nunca pudiéramos destruirla por completo.

Por otro lado, a medida que la destrucción de la imagen del padre fallecido avanza, en el video que está enfrentado sobre la otra pared el proceso es al revés, pues el hecho de que la situación sea vista por detrás, provoca al espectador el sentir que la imagen se reconstruye al mismo tiempo que en la otra se va tirando al suelo.

Así, por un lado tenemos la destrucción de una imagen que simboliza un recuerdo, el dolor, que de hecho no puede ser destruido por completo porque siempre se encontrara allí aunque se luche por destruir la fotografía; y por el otro tenemos oscuridad, cierta incógnita, que dará lugar a una reconstrucción de la imagen del padre contra la que tanto se está luchando por destruir. Schopenhauer, el filosofo citado más arriba, podría explicarnos claramente este proceso; el sujeto, preso de los problemas que lo atañen, de ese vacío que siente a causa de esos deseos por satisfacer y de los dolores y sufrimientos que estos le causan por no poder solucionarlos, luchará constantemente para satisfacerlos y así reencontrarse con una felicidad que aunque sabe que no es permanente es motivo principal de búsqueda en su existencia.

La lucha por evitar el dolor, por salir de él cada vez que nos está atormentando, es como ese intento de destrucción de la imagen del padre fallecido, la destrucción de esos recuerdos que nos atormentan, de esos hechos que nos causan mucho sufrimiento. Pero como bien se ve en “Retro 0”, la lucha es intensa y aunque nos liberemos del dolor en un proceso de destrucción de recuerdos, de sufrimientos, en el que parece que hemos logrado satisfacer el deseo de destruir lo que nos atormenta; la imagen, el dolor vuelve a aparecer, porque más que proceso de destrucción también es un retroceso –como el nombre de la exposición lo indica- en el que no sólo se trae un recuerdo antiguo a la memoria, sino que en esa destrucción, en ese intento de satisfacer mi necesidad para eliminar el dolor, se da también un retroceso puesto que aunque momentáneamente me sienta aliviado, vuelvo inevitablemente al principio, al vacio, al deseo, puesto que el dolor siempre vuelve a aparecer logrando que al destruirlo también sea reconstruido para volver a la luz en cualquier momento mediante sus múltiples formas. Así la imagen del padre fallecido aún logrando destruirla siempre estará, pues aunque aliviemos el sufrimiento que ello causa, el dolor, el vacio, volverá. Schopenhauer nos diría que el dolor aunque lo creamos vencido, siempre estuvo y estará, puesto que éste es inherente, inseparable al ser humano, es interno, nuestro… no proviene de hechos externos como creemos, sino que éstos sólo lo hacen visible.

Arnaud hace así de un lugar privado como una celda de cárcel y de un hecho personal como el dolor ante la muerte de un ser querido, algo público, compartido, de forma que así él logra canalizar su dolor y nosotros nos sentimos identificados por éste. Como dice Schopenhauer, cuando sufrimos por dolores, desgracias ajenas, es porque nos vemos reflejados a nosotros mismos en esas situaciones y es imposible vernos totalmente desligados de ellos. De esta forma el dolor se ve compartido, pasa de lo particular/ individual que es al fin una ilusión, a lo general, a modo universal; y de decir “A mi me tocan todas las desgracias” observamos que el dolor es la esencia de todos los seres humanos.

A su vez como el mundo se mueve por una voluntad insatisfecha, un querer, deseo, dolor… la liberación de éste sólo se puede dar de esa forma que hablamos, o –y como de hecho se hace en esta obra- a través del Arte, donde en el acto o contemplación de éste, nos liberamos -a menos sólo por un instante- de nuestros deseos y dolores personales para sentir desinteresadamente la belleza que la obra de Arte nos trae.

Así, en una búsqueda de satisfacciones plena luchando contra el dolor, en ese intento por una felicidad completa e interminable que jamás vamos a encontrar de forma definitiva, luchamos a su vez contra nosotros mismos, contra lo que conforma al mundo y a nosotros como hombres, con lo que finalmente no es negativo como pensamos cotidianamente sino positivo ya que nos hace valorar y reconocer esos momentos felices aunque ya estén ausentes, y nos hace confiar y tener la ilusión –para no caer en desesperación- que sí puede existir una felicidad interminable que nos libere al fin de todos los males. Por ello y puesto que todos somos esclavos del desear constantemente, podemos decir que sin dudas nacimos para sufrir, o mejor dicho caímos en este mundo donde el dolor ya está de antemano determinado y se nos impone. La lucha contra éste, contra las miserias y desdichas que llenan nuestra existencia y que creemos son tan sólo accidentales y circunstanciales, no es más que la lucha en vano por culminar con algo que conforma inevitablemente nuestra esencia, nuestra propia existencia: el dolor, el sufrimiento.

Stefanie Riani Martínez

* Fotografía de obra “Retro 0” (Federico Arnaud). Exposición Arte Contemporáneo. Ex cárcel Miguelete. Montevideo- Uruguay. Año 2011